sábado, 14 de julio de 2012

Historia sin nombre

         Hoy vengo con aires renovados, es verdad que había tenido un ánimo un tanto decaído y me sentía un tanto vil y cruel, pero a la luz de los hechos debo sentirme ultra feliz, dichosa de las decisiones tomadas lo que demuestra que he crecido un tantito.

         Esta entrada, queridos míos va dedicada a dos personillas importantes:
1.- Mi Alec - Peter  Pan - por apoyarme todo este tiempo y creer en mis decisiones.
2.- A Diego, quien me convido unas exquisitas galletas de chocolate caceras con relleno de crema, lejos, lo mejor que he probado en mi vida (deberías darme la receta xD)

        Así que, sin más preámbulos, les dejo el siguiente capítulo de esta apasionante historia:



VI
Ocaso

Estábamos en la habitación, aun cuando Amanda me llamaba a menudo no podía estar todo el tiempo acá conmigo. Eleanora se había vuelto un pilar fundamental para mí. Me daba esa sensación de protección que sentía junto a Allan. Aunque, desde ese día en que dijo que era un vampiro estaba algo alejada. Manteníamos la rutina que habíamos adquirido en la ausencia de Allan, ella se acostaba en la cama mientras yo, sentada en una mecedora, terminaba mis trabajos pendientes.
De improviso ella se paró delante mío, lo que me sorprendió.
– ¿Quieres saber la verdad, de cómo toqué fondo? –dijo esto mirándome intensamente, mientras deslizaba su índice por el borde de mi mandíbula.
– Te refieres a … - un escalofrío recorrió mi cuerpo.
– Si, me refiero a eso.
– Entonces …
– Está será una larga historia, tan larga como los años que llevo viviendo en esta mentira.
– No comprendo – la miré extrañada.
– Te diré el comienzo de todo.
– ¿De cómo te convertiste en…?
– Sí, exacto –me cortó en seco-, pues, por dónde comenzar. Creo que debería decir que mi vida siempre fue una mierda. Mi vida humana. Mis padres habían perdido toda esperanza en mí, no los culpo realmente, ellos preferían llevar esa vida llena de falacias. En aquellos años mientras más estatus tuvieras, mucho mejor. Mis padres tuvieron la desgracia de tener sólo hijas, yo era la segunda.
Mi hermana mayor, una sometida, fue obligada a los 12 años a casarse con el primer anciano con plata que se cruzó en el camino.  Ella lo conoció apenas días antes de la boda. Él, tenía ya dos matrimonios previos, todas mujeres jóvenes, todas murieron. Mi hermana, pobre imbécil, lloró todo un día, toda una noche, mis padres la encerraron en el sótano hasta que recapacitara. La dejaron salir el día de la boda. Nunca más la vi.  Después del matrimonio, él desapareció con ella, mis padres se conformaron con que ella “viviría una vida mejor”.
Mis hermanas pequeñas, no corrieron mejor suerte, desde que vieron la luz de este mundo ya estaban comprometidas, al menos ellas corrieron la suerte de ser casadas con alguien de su edad. Con esos matrimonios su estatus aumento mucho, podían asistir a fiestas, y darse la gran vida.
Y yo, ¡aaahhh!, sería la esposa ideal de un hombre 10 años mayor. Si lo vemos bien, no corría tanta mala suerte, comparada con mi hermana mayor, pero esa vida… realmente la odiaba. Odiaba ver a mi madre esmerarse en que fuéramos unas mujeres perfectas, en que camináramos derechas, que nuestra ropa nunca tuviera una arruga, que fuéramos el consuelo de nuestros esposos, aun cuando eso significara ofrecer nuestro cuerpo a su voluntad.
Tenía 8 años, me enseñaban el cuidado de la ropa, a lavarla, poner el apresto para que quedara perfecta y posteriormente el planchado. Recuerdo haberme entretenido con el gato de la casa mientras planchaba y la ropa se quemó. Mi madre enfureció, mis hermanas se reían, y yo, obligada a arrodillarme sobre esos granos de arroz toda una tarde. Comprenderás que luego de un rato esos granos dejan de ser una molestia y se convierten en una tortura, se clavaban en mis rodillas, cuando ya fue de noche levantaron el castigo, mis pequeñas rodillas sangraban, mi madre parecía muy satisfecha por haberme enseñado a no quemar la ropa.
Tiempo después, quemé la comida que se serviría a la visita, esto si que la enfureció, no recuerdo haberla visto así en mi vida. Aquella vez comenzó por darme una bofetada, y luego encerrarme en sótano. Sabía lo que eso significaba, estar un día entero como mi hermana encerrada. No quería estar ahí, no quería ser como mi hermana y observar todo tan calmadamente. Busqué, busqué y seguí buscando hasta que encontré un pequeño agujero que daba con el patio trasero de la casa, esa fue la primera vez que huía, que dejaba todo atrás, sin importar que fuera de mí.
Caminé, caminé, caminé y no paré hasta que me di cuenta que estaba perdida, bien perdida. No importaba, no estaba en ese detestable sitio. Me recosté en el umbral de una puerta, era tarde y estaba asustada, pero sabía que nadie vendría por mí. Y así, pasé mi primera noche de… ¿libertad?, puede haber sido eso, tal vez fue el primer paso que di hacia la perdición. La cosa, es que al día siguiente, continué caminado y llegué al atardecer a mi casa. Mi madre estaba enfurecida, la bofetada del día anterior era una caricia a lo que viví a mi regresar. La miré con todo el odio que guardaba hacia ellos, disfrutaba sus golpes, en realidad ya había perdido hace mucho tiempo el cariño que albergaba por ellos.
Esta se repitió muchas veces, mi prometido se casó con otra, abandonó lo que habían preparado para él, bueno, él era hombre yo una mujer; él podía pensar yo ni siquiera debía saber que era eso, él podía decidir que hacer con su vida, podía revelarse y buscar nuevos horizontes, y lo consideraban un visionario, en cambio si yo lo intentaba una vil puta.
Tenía 20 años, estaba planeado, era demasiado vieja para ser atractiva para un hombre, así que, el tener una hija monja también podía significar algo de estatus. Estatus. Yo como siempre, huí de la casa, en realidad se había vuelto una rutina para mí. Y ahí lo vi. Caminando entre la multitud, destacando entre todos, nuestras miradas se cruzaron un segundo, sólo uno, que hizo que aquellos tibios sentimientos que alguna vez vivieron en mi recobraran algo del espacio perdido.
Regresé a mi casa, a mis padres ya ni les importaba que fuera de mi vida. Ahora, lo único que importaba era el nuevo embarazo de mamá. Ella a sus 35 años debía extremar sus cuidados, y no preocuparse por mujerzuelas como yo (amaba tratarme de esa forma de un tiempo a esta parte). Eso significaba un alivio para mí, dejé de ser el centro de atención. Claro, sólo me hablaban para recordarme el deshonor que significaba para mi familia.
Ese día, vinieron las monjas a hacer una última vista antes de llevarme al claustro. Querían asegurarse que yo (mis padres), estaba completamente segura del importante paso a  tomar. Mis padres, no se cansaron de asegurar que el hecho que no tuviera marido a esta edad era un designio divino, y que debía consagrar mi vida a la contemplación.
Esa tarde hui, fui a la orilla del río, ese lugar me tranquilizaba, imaginaba ser una de esas gotas de agua y fluir, irme lejos de aquí. Cuando, de repente, alguien tocó mi hombro y me habló al oído. Era un hombre seductor, pero algo me inquietaba en él.
– ¿Qué haces aquí?, ¿no sabes que hay gente mala?, es una suerte que te encontraras conmigo –sonreía.
– Yo, verá…  –estaba asustada.
– Deberías regresar a tu casa, puedo acompañarte, esta haciéndose tarde – comenzó a tocar mi barbilla.
– Déjeme –no podía gritar.
– ¡APARTATE!
Era él, aquel hombre que le dio un pequeño algo de color a mi vida días atrás, estaba ahí, ¿estaba ahí?, ¿estaba protegiéndome?, algo andaba mal, pero en aquel instante no lo noté.
– ¿Te encuentras bien? – dijo tomando mi mano, ayudándome a levantarme
– Sí – dije aún aturdida.
– Ven conmigo, te dejaré cerca del centro de la cuidad, ahí estarás segura – dijo esto mientras apoyaba su mano sobre mi cabeza.
– Gracias.
Sin saber por qué, confiaba en él, me daba una extraña sensación de tranquilidad que había perdido muchos años ya.
Llegamos al centro de la cuidad, y se despidió de mí. Quedé ahí, de nuevo, sola. No quería regresar a mi casa. Seguí vagando, estaba oscuro, no regresaría aquella noche, a nadie ya le importaba. Caminé, caminé, caminé y terminé en un callejón que nunca había visto.
– Señorita, ¿dónde está su guarda espalda?, que estúpido más grande, ¿creía que dejándote en aquel lugar no te moverías? – hablaba irónicamente-
– Aléjate – apenas salía mi voz.
– Deberías aprender a escoger con quien te juntas – se comenzó a acercar lentamente.
– Aléjate.
– LEANDRO!!!, APARECE, QUE NO SABES CUAL SERÁ EL RESULTADO DE TODO!!! – se acercó a mi me miró …


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"Gracias a los que se han tomado el tiempo de leer n.n"

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